
Estaba anocheciendo. Al sentir el susurro de las olas, me invadía una enorme sensación de paz y tranquilidad. Los dos solos, el mar y yo…
Sabía que tú pasarías por allí, decidí ir, esperarte y darte una sorpresa.
Los segundos parecían minutos, los minutos horas...
Al fin apareciste, con mirada de deseo decidiste despojarte de tu ropa y sentarte frente a mí. Tus ojos se posaron en los míos y, bajo la atenta mirada de la luna que iluminaba nuestros cuerpos desnudos, me cogiste delicadamente las manos y me tumbaste hacia atrás. Derrepente, soltaste mis manos y comenzaste a recorrer todos y cada uno de los rincones de mi cuerpo, hasta llegar a la zona más intima. Empezaste a jugar en ella… primero con un dedo, después con dos, con tres… la humedad pronto afloró. Situaste tus labios en mi clítoris y con tu lengua jugaste hasta hacerme estallar de gozo.
En ese momento, decidí tomar la iniciativa... Me incorporé suavemente, tú te dejaste tumbar sobre la arena. Cogí sutilmente tu pene y comencé a rozarlo con la puntita de mi lengua, fui introduciéndomelo más y más en mi boca. Mientras tanto, acariciaba rítmicamente tus testículos. Tu pene cada vez estaba más duro, tu respiración se iba acelerando… hasta acabar sucumbiendo al placer y derramarte sobre mi cuerpo.
Jugando entre susurros, caricias y besos noté tu miembro erguirse, me senté encima y cabalgué muy lentamente… dejé reposar mis pechos en tus pectorales. Sentía tu corazón latir fuertemente, tu excitación. Cuanto más aceleraba, más te excitabas. Me dejé llevar por mis instintos más primarios y salvajes, hasta acabar fundiéndonos en un profundo y pasional orgasmo.